El ángel les dijo a los pastores que la señal que les confirmaría el cumplimiento de la promesa sería un niño envuelto en pañales y reclinado en un pesebre. El recién nacido es la señal del comienzo de lo que llevaban siglos esperando. Aquella noche nació la esperanza, y renace cada Navidad, y cada día, si lo permitimos.
Se trataba de una señal un tanto peculiar, ya que lo único que vieron allí era pobreza, humildad, e incertidumbre. Y un sacrificio que evidenciaba el amor. Pero intuyeron que había algo más, algo invisible, aunque no menos real; algo que sólo se puede ver con los ojos del alma, si dejaban que la fe guiara su mirada.
Verdaderamente, no era una escena impactante, fuera de lo común. Una familia como tantas otras. Pero aquello marcó sus vidas, desde el silencio, que es como empiezan los grandes cambios. Y desde entonces, incontables personas a lo largo de los siglos han experimentado esa misma quietud amable de aquella noche, y han encaminado sus pasos guiados por esa luz. Y hoy también sigue cambiando vidas.
De generación en generación, de año en año, vuelve la misma señal, renace la misma esperanza. Es un renacimiento que se hace presente cada vez que se obra inspirado por el mismo amor que reinaba aquella noche, llevando la luz de esa presencia continua de vida en vida. Renace también cada Navidad, en aquellos encuentros en los que se hace algo más que intercambiar regalos.
La Navidad no es un sentimiento romántico que regresa cada temporada, determinando que es la época de hacer el bien. Es algo mucho más profundo: es el momento en que el Bien llegó al mundo.
Es la señal que nos permite reconocer y hacer crecer el bien, llevándolo a todas partes. Es también la señal que indica que hay promesas más grandes que el dinero, el poder y el placer. El Bien llegó a este mundo pobre, humilde, y destinado a sufrir.
Pero volvamos a los pastores, que todavía pueden contarnos algo más. Aquella noche vigilaban, no dormían; por eso pudieron enterarse de la noticia. En Belén todo el mundo estaba despierto; despierto para Dios y para los demás. Esta vigilante espera les permitió vislumbrar la luz en la noche, sorteando así los obstáculos y peligros de la oscuridad.
¿Prestaremos también nosotros atención, o nos dejaremos despistar por otros signos más llamativos y ruidosos? No hay otra señal, no hemos cambiado el portal de Belén por un palacio en Montecarlo, o en cualquier otra parte. No hay otra Navidad, fuera de lo que ocurrió aquí.